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Los grandes viajeros solemos tener problemas con la toponimia cuando acudimos a otros países. En mi caso, desde muy joven he recorrido esos caminos de Dios, y recuerdo lo difícil que me resultaba el flamenco en Bélgica. ¿Y quién no se ha angustiado en Irlanda ante un prolífico indicador que para más inri combinaba inglés y gaélico? Por no mencionar lo que sucede en el País Vasco, en que el nombre en castellano y el euskérico no suelen ser ni similares...
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Por todo ello he decidido hablar de la toponimia. Como es habitual, me baso en los criterios que apunta la RAE en el Diccionario panhispánico de dudas:
"La mayor parte de las dudas sobre topónimos se plantean cuando surge la necesidad de nombrar lugares nuevos o ausentes del repertorio toponímico tradicional. A ello se añaden los cambios de denominación impuestos por las nuevas realidades geopolíticas o reclamados por los Gobiernos locales, que a menudo chocan con las denominaciones tradicionales. Muchos topónimos provienen, además, de lenguas que utilizan alfabetos no latinos o que carecen de representación escrita, los cuales han de transcribirse y adaptarse siguiendo en lo posible los usos ortográficos propios, con el fin de que su grafía refleje adecuadamente su pronunciación.
Los topónimos pueden ser clasificados en los siguientes grupos:
1. Topónimos con forma tradicional plenamente vigente en español, que, no obstante, aparecen con cierta frecuencia en los medios de comunicación con nombres o grafías propios de otras lenguas. Se prefiere la forma española, a no ser que haya caído en desuso o se haya producido un cambio de denominación: Amberes (no Antwerpenni Anvers), Ciudad del Cabo (no Cape Town), Milán (no Milano) oNueva York (no New York).
2. Topónimos que carecen de forma adaptada al español y se emplean tradicionalmente con la grafía propia de la lengua local o con la grafía correspondiente a una lengua puente. Se respetan estas grafías, incluso en lo concerniente a su acentuación, por tratarse de formas ya asentadas en el uso: Canterbury, Ottawa, Washington o Copenhague (del inglés Copenhagen, en danés København).
3. Topónimos cuya forma tradicional en español ha caído en desuso en favor de la forma local. Se da primacía a la forma local: Ankara (antes Angora), Bremen (antes Brema) o Maastricht (antes Mastrique).
4. Topónimos con cambio de denominación oficial en favor de la forma local, pero que cuentan con una forma tradicional española plenamente vigente. Se prefiere la forma española: Calcuta (noKolkata), Moldavia (no Moldova), Bombay (no Mumbai) o Esmirna (noIzmir). Solo en aquellos casos en que se ha producido un verdadero cambio de nombre (y no una mera reivindicación de las formas locales de este) se recomienda la nueva denominación, que debe sustituir a la anterior: Burkina Faso (antiguo Alto Volta) o Sri Lanka (antiguoCeilán).
5. Topónimos que se emplean a menudo con grafías que responden a la transliteración o representación en otras lenguas (normalmente el inglés o el francés) del nombre local, perteneciente este, por lo general, a lenguas que utilizan alfabetos no latinos o que carecen de escritura. Se propone la adaptación de esas formas al sistema gráfico del español de acuerdo con la pronunciación más generalizada entre los hispanohablantes: Zimbabue (no Zimbabwe), Punyab (no Punjab) o Buriatia (no Buryatia).
6. En el caso de topónimos pertenecientes a lenguas que utilizan alfabetos no latinos, se recomienda la forma gráfica que resulta de aplicar las normas de transliteración de esos alfabetos al español y se reconocen, si las hay, otras grafías asentadas: Qatar o Iraq (también Irak). Las formas transcritas se acentúan gráficamente de acuerdo con las normas ortográficas del español: Shanghái, Taipéi. En cuanto a los topónimos que responden al estándar «pinyin», se prefiere, si la hay, la forma tradicional española: Pekín (no Beijing), Cantón (no Guangdong [provincia] ni Guangzhou [capital]) o Nankín (no Nanjing).
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