lunes, 8 de abril de 2019

LENGUAJE INCLUSIVO

(Foto mía)
 En los últimos tiempos, algunos grupos de hablantes parecen tener especial fijación con la lengua española, pues desean modificarla y que los demás adoptemos sus posturas de forma inmediata, automática y sin ningún tipo de discusión ni desavenencia. 
(Foto mía)
  Así ocurre con el lenguaje inclusivo. Sin embargo, esas personas posiblemente olvidan -o quizá no lo han aprendido nunca- que las lenguas se han ido elaborando, a lo largo de los siglos, por medio de convenciones de los hablantes, sin la intervención directa de grupos de poder (lo cual es lo mejor para todos). Que ello haya supuesto una menor visibilidad de las mujeres solo refleja la posición que estas han ocupado en la sociedad en el decurso histórico, pero en ningún caso es el núcleo del problema, ni cambiando la lengua desaparecería este.
  Aunque las lenguas sirven para estructurar el mundo, está claro que su papel es muy limitado, y que en realidad es la sociedad en su conjunto quien debe mejorar sus comportamientos evitando desigualdades y menosprecios. Para lograr un mundo más igualitario y justo, obviamente deben colaborar los poderes del estado -en especial, el legislativo- promulgando leyes tendentes a la equidad entre los sexos y a un reparto igualitario de las tareas; por otra parte, la propia sociedad debe tomar conciencia del asunto e intentar poner remedio a situaciones vejatorias. Desgraciadamente, el lenguaje inclusivo no puede evitar los excesivos casos de maltrato a las mujeres, cuando no sus muertes, ni otras discriminaciones, como la tasa rosa, por ejemplo.
(Foto mía)
 En mi opinión, las machaconas llamadas a emplear el lenguaje inclusivo por parte de algunos grupos únicamente tienen la finalidad de distraer la atención de otros problemas mucho más graves, e implican una actitud negligente. Solo sirven para perder el tiempo, sin que cada uno centre sus  esfuerzos la tarea que le compete, que es la que puede hacer avanzar a la sociedad en la que le toca vivir. 

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